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Fue Otero Pedrayo quien acuñó el término Bocarribeira para referirse a la frondosa cuesta y, en otros tiempos, bien cubierta de cepas por extensos viñedos, propiedad del Monasterio de Oseira, que desde Fechos y Soutomanco se extiende, por un lado, hasta el curso sosegado y calmo del Miño, remansadas sus aguas al encontrarse con el embalse de Castrelo, y, por otro, hasta el mágico río Barbantiño, frontera natural del medieval territorio del Búbal, que debe su denominación al río que con el mismo nombre se desliza desde las montañas de San Cristóbal de Cea  hasta encontrarse en los Peares con el padre Miño.

 

Es aquí, en el viejo Soutomanco de los monjes de Oseira, en donde la recién creada cooperativa «Viticultores Boca Ribeira Trasalba» despertó y hace ahora revivir el oro líquido del ribeiro que con el paso de los años había quedado olvidado. “Vino nuevo en odres nuevos”, que dice el Evangelio de Mateo 9, 14-17. Vino nuevo de viejas viñas, porque viejas tienen que ser aquellas cepas que en 1249 plantó, por aforo del abad de Oseira, Lorenzo Muñoz en Soutomanco. “Tiene el señor Lorenzo la obligación, dice el documento, de plantar cepas en aquel terreno y construir un lagar en el plazo de tres años y entregar anualmente la mitad del vino al monasterio”, que de ordinario lo mandaba depositar en su priorato de “a granxa” de Santa Cruz.

 

Envidiable testimonio el de este documento que estos jóvenes viticultores van a guardar siempre en su memoria y a preservar como oro en paño, colgando un facsímil del mismo en lugar bien destacado de su bodega.

No puede tener esta cooperativa mejor presentación que este texto conservado en un pergamino del Archivo Histórico Nacional 1523/18 con un valor tan importante como el que tienen estas frases entresacadas del documento:

 

“… nos Laurencius Munionis, […] Suerius Pelagii et Fernandus Martini, laici, recipimus in […] abbate et conventu Ursarie unuit agrum sub Sautomanco […] vero ipse ager per angulum vinee Urrace Petri et per vinem Pelagii Arie; inde descendit per regarium et separatur per militum hereditatem et terminatur per vineam Petri Comprido agnomine. Recipimus, inquam, infra terminos predictos iam nominatum agrum tali pacto quod nos plantemus totum ipsum agrum de bona vinea usque ad tres annos et laboremus et excolamus eamdem vineam fideliter et bene, et faciamus in ipsa vinea infra annos premissos torcular in quo debemus et tenemur persolvere et dare per maiordomum abbacie totam medietatem vini ipsius vinee predicto monasterio et totam medietatem omnium fructuum ipsius vinee vel agri sine diminutione aliqua annuatim.”

 

Después de ocho siglos, es un placer para el paladar degustar el vino de las mismas tierras que los monjes de Oseira mandaron roturar en 1249 a Lorenzo Muñoz y que desde Trasalba, salvando el río del Formigueiro por el puente aún hoy llamado “ponte dos frades”, llegaba hasta el monasterio para acompañar seguramente un buen plato de aquel pulpo que desde Marín llegaba a sus arcones.

Miles de cepas regresan hoy, casi 800 años después, para repoblar lo que en otras épocas fueron viñedos que causarían la envidia del dios Baco. Con seguridad, algunas cubas de aquel buen vino llegaron a traspasar una de las siete puertas de la muralla de Santiago de Compostela; aquella donde todavía hoy cuelga aquel texto del Códice Calixtino anunciándonos que, allá por los alrededores del 1160, era por ella por donde el vino del ribeiro entraba en la ciudad:per quam preciosus baccus venit ad urbem”.

 

Documentos como éste, originarios del monasterio de Oseira y hoy conservados en el Archivo Histórico Nacional en Madrid, salvados tras la desamortización, son una joya de incalculable valor en lo que respecta a la historia de nuestros pueblos y a los nombres de los lugares más antiguos, como el hecho de poder comprobar que en 1249 ya era común el uso del topónimo Soutomanco referido al mismo lugar de hoy en día. Y no es menos importante poder descubrir el tipo de cultivos de aquellas tierras, como es en este caso el del vino en este pequeño pueblo de la parroquia de San Pedro de Trasalba.

 

Pueden estar orgullosos los propietarios de la bodega TERRAS MANCAS de volver a cultivar vino en donde hace 800 años los monjes de Oseira mandaron plantar cepas. Nunca tenían los monjes medievales mal ojo para asentar sus monasterios y, si desde Oseira eligieron Trasalba, en el lugar de Soutomanco, para roturar y plantar cepas, es porque sabían de las buenas condiciones del terreno y del clima para su producción. El resultado se puede comprobar ahora mismo saboreando un buen vino como TERRAS MANCAS.